deseé que el camino fuera largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
A directores, inspectores,
a la irascible Administración no había de temer,
aunque encuentros tales tuve en mi camino
porque mi pensamiento era alto y una exquisita
emoción me tocaba cuerpo y alma.
A directores, inspectores,
a la fiera Administración pude evitar,
porque no los llevaba ya en mi alma,
y mi alma no los ponía en pie ante mí.
Deseé que el camino fuera largo,
que fueran muchas las mañanas de septiembre
en que ¡y con qué alegre placer!
me encontrara con alumnos que veía por vez primera.
Me detenía en todo tipo de bazares
para adquirir sus bellas mercancías:
lucernas y maquetas, monedas y láminas,
y numerosos playmobil de griegos y romanos,
todos los más que me fueran posibles.
Y viajé con mis alumnos a enclaves arqueológicos
a aprender, a aprender de griegos y romanos.
Mantuve siempre la Enseñanza en mi mente:
llegar a trasmitirla era mi destino,
pero no tenía la menor prisa en mi viaje.
Era mejor que durara muchos años
y, aunque aún no viejo, arribara a mi aula,
rica con todas las adquisiciones de mi viaje,
sin esperar a que la Enseñanza me ofreciera riquezas
y con la sola compañía de mis inquebrantables alumnos.
La Enseñanza me ha dado un hermoso viaje,
sin ella no me habría puesto en marcha
pero no tiene ya más que ofrecerme.
Aunque la encuentro hoy día pobre, la Enseñanza
de mí no se ha burlado.
Convertido en algo más sabio y con tanta experiencia
como me ha dado generación tras generación
he podido comprobar qué significa la Enseñanza.